Tomado y adaptado de: Caballero, A. (2004)., Bogotá: Alfaguara, pp. 13-14.
Con el siguiente fragmento comienza la novela
“Sin remedio” de Antonio Caballero. Los sucesos tienen lugar en la madrugada.
Los protagonistas son Escobar, un poeta frustrado, y Fina, la mujer con quien
vive.
A
los treinta y un años Rimbaud estaba muerto. Desde la madrugada de sus treinta
y un años Escobar contempló la revelación, parada en el alféizar como un pájaro:
a los treinta y un años Rimbaud estaba muerto. Increíble.
Fina
seguía durmiendo junto a él, como si no se diera cuenta de la gravedad de la
cosa. Le tapó las narices con dos dedos. Fina gimió, se revolvió en las
sábanas; y después, con un ronquido, empezó a respirar tranquilamente por la
boca. Las mujeres no entienden.
Afuera
cantaron los primeros pájaros, se oyó el ruido del primer motor, que es siempre
el de una motocicleta. Es la hora de morir. Sentado sobre el coxis, con la nuca
apoyada en el filo del espaldar de la cama y los ojos mirando el techo sin
molduras, Escobar se esforzó por no pensar en nada. Que el universo lo
absorbiera dulcemente, sin ruido. Que cuando Fina al fin se despertara hallara
apenas un charquito de humedad entre las sábanas revueltas. Pensó que ya nunca
más sería el mismo que se esforzaba ahora por no pensar en nada; pensó que
nunca más sería el mismo que ahora pensaba que nunca más sería el mismo. Pero
afuera crecían los ruidos de la vida. Sintió en su bajo vientre una punzada de
advertencia: las ganas de orinar. La vida. Ah, levantarse. Tampoco esta vez
moriremos.
Vio
asomar una raja delgada de sol por sobre el filo de los cerros, como un ascua.
El sol entero se alzó de un solo golpe, globuloso, rosado oscuro en la neblina,
y más arriba el cielo era ya azul, azul añil, tal vez: ¿Cuál es el azul añil? Y
más arriba todavía, de un azul más profundo, tal vez azul cobalto. Como todos
los días, probablemente. Aunque esas no eran horas de despertarse a ver todos
los días. Nada garantizaba que el sol saliera así todos los días. No era
posible. Decidió brindarle un poema, como un acto de fe.
Sol puntual, sol igual,
sol fatal
lento sol caracol
sol de Colombia.
Y
era un lánguido sol lleno de eles, de día que promete lluvia. Quiso despertar a
Fina para recitarle su poema. Pero ya había pasado el entusiasmo.
Quieto
en la cama vio el lento ensombrecerse del día, las agrias nubes grises crecer
sobre los cerros, el trazado plomizo de las primeras gotas de la lluvia,
pesadas como piedras. Tal vez hubiera sido preferible estar muerto. No soportar
el mismo día una vez y otra vez, el mismo sol, la misma lluvia, el tedio hasta
los mismos bordes: la vida que va pasando y va volviendo en redondo. Y si se
acaba la vida, faltan las reencarnaciones. El previsible despertar de Fina, el
jugo de naranja, el desayuno.
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