INTRODUCCIÓN
Un mundo feliz del escritor inglés Aldous Leonard Huxley,
publicada por primera vez en 1932, forma parte de una tríada de obras de
ciencia ficción (o, más correctamente, ficción científica) que iniciamos en
2013 con Fahrenheit 451 de Ray
Bradbury y concluiremos con 1984 de
George Orwell.
Mientras Bradbury nos presenta una sociedad
futurista, donde un gobierno totalitario prohíbe los libros, ya que el
conocimiento hace pensar y esto provoca infelicidad; y Orwell ve un mundo
vigilado y aterrorizado por el Gran Hermano (Big Brother) que aparece a cada
momento a través de telepantallas; Huxley nos describe un planeta en el que, finalmente,
se han cumplido los peores vaticinios: triunfan los dioses del consumo y la
comodidad; y el orbe se organiza en diez zonas seguras y estables. Ya no
existen los valores humanos esenciales y los habitantes son procreados en
frascos a semejanza de una cadena de montaje. Ellos son genéticamente
condicionados para pertenecer a una de las cinco categorías de la población, de
la más inteligente a la más estúpida: Los Alfas (la elite), los Betas (los
ejecutantes), los Gammas (los empleados subalternos) y los Deltas y los
Epsilones (destinados a trabajos rudos).
En la obra, se cuentan los años en el calendario a
partir de 1908, año en que Henry Ford creó la primera cadena de montaje, la del
automóvil Ford T, de manera que la historia transcurre en el año 632 d. F., que
sería el 2540 d. C.
No se puede negar que Huxley fue un visionario ya
que la sociedad que creó hace más de ochenta años, nos describe el camino que
vamos recorriendo en este mundo de consumismo voraz: transitamos a una
dictadura universal con apariencia democrática, a una cárcel sin muros de la
cual los prisioneros no podrán ni soñar en evadirse, a una esclavitud donde,
gracias al sistema generalizado de consumo, al soma -la droga “perfecta” que no tiene ningún efecto negativo sobre
las personas- y al condicionamiento general, ellos estarán agradecidos de su
situación de siervos. El condicionamiento tiende a eso: lograr que la gente ame
su inevitable destino social, gracias a una programación neuronal durante el
sueño, al que todas las personas son sometidas desde la niñez, llamada
hipnopedia.
El autor nos remite a desconfiar de los logros de
la revolución científico-técnica como base de un progreso ilimitado para la especie
humana. En este mundo, la religión y la familia tradicional son totalmente
desconocidos para sus habitantes, quienes son felices completamente sin
importar su trabajo y su clase social. En síntesis, la ciencia y la técnica se
encuentran al servicio de la “estabilidad”. La literatura ha sido abolida y
sólo se permite un entretenimiento vacío. Aquí donde el orden social ha ocupado
el lugar de Dios y donde los hombres han renunciado a la capacidad de decidir a
ser individuos y a ser libres.
Pero dejemos que Huxley nos opine sobre el futuro
de nuestra sociedad, diez años después de la publicación de su obra:
“Todas las formas de vida humana actuales estarán
en decadencia y será preciso improvisar otras nuevas formas adecuadas al
hecho—no humano— de la energía atómica. Verdugo moderno, el científico nuclear
preparará el lecho en el cual deberá yacer la Humanidad; y si la Humanidad no
se adapta al mismo..., bueno, será una pena para la Humanidad. Habrá que
forcejear un poco y practicar alguna amputación, la misma clase de forcejeos y
de amputaciones que se están produciendo desde que la ciencia aplicada se lanzó
a la carrera; sólo que esta vez, serán mucho más drásticos que en el pasado.
Estas operaciones, muy lejos de ser indoloras, serán dirigidas por gobiernos
totalitarios sumamente centralizados. Será inevitable; porque el futuro
inmediato es probable que se parezca al pasado inmediato, y en el pasado
inmediato los rápidos cambios tecnológicos, que se produjeron en una economía
de producción masiva y entre una población predominantemente no propietaria,
han tendido siempre a producir un confusionismo social y económico. Para luchar
contra la confusión el poder ha sido centralizado y se han incrementado las
prerrogativas del Gobierno. Es probable que todos los gobiernos del mundo sean
más o menos enteramente totalitarios, incluso antes de que se logre domesticar
la energía atómica; y parece casi seguro que lo serán durante el progreso de
domesticación de dicha energía y después del mismo.
Desde luego, no hay razón alguna para que el nuevo totalitarismo se parezca al antiguo. El Gobierno, por medio de porras y piquetes de ejecución, hambre artificialmente provocada, encarcelamientos en masa y deportación también en masa no es solamente inhumano (a nadie, hoy día, le importa demasiado este hecho); se ha comprobado que es ineficaz, y en una época de tecnología avanzada la ineficacia es un pecado contra el Espíritu Santo. Un Estado totalitario realmente eficaz sería aquel en el cual los jefes políticos todopoderosos y su ejército de colaboradores pudieran gobernar una población de esclavos sobre los cuales no fuese necesario ejercer coerción alguna por cuanto amarían su servidumbre. Inducirles a amarla es la tarea asignada en los actuales estados totalitarios a los Ministerios de Propaganda, los directores de los periódicos y los maestros de escuela. Los mayores triunfos de la propaganda se han logrado, no haciendo algo, sino impidiendo que ese algo se haga. Grande es la verdad, pero más grande todavía, desde un punto de vista práctico, el silencio sobre la verdad. Por el simple procedimiento de no mencionar ciertos temas, de bajar lo que Churchill llama “un telón de acero entre las masas” y los hechos o argumentos que los jefes políticos consideran indeseables, la propaganda totalitarista ha incluido en la opinión de manera mucho más eficaz de lo que lo hubiese conseguido mediante las más elocuentes denuncias y las más convincentes refutaciones lógicas. Pero el silencio no basta. Si se quiere evitar la persecución, la liquidación y otros síntomas de fricción social, es preciso que los aspectos positivos de la propaganda sean tan eficaces como los negativos. El amor a la servidumbre sólo puede lograrse como resultado de una revolución profunda, personal, en las mentes y los cuerpos humanos. Para llevar a cabo esta revolución necesitamos, entre otras cosas, los siguientes descubrimientos e inventos. En primer lugar, una técnica mucho más avanzada de la sugestión, mediante el condicionamiento de los infantes y, más adelante, con la ayuda de drogas, tales como la escopolamina (droga altamente tóxica). En segundo lugar, una ciencia, plenamente desarrollada, de las diferencias humanas, que permita a los dirigentes gubernamentales destinar a cada individuo, su adecuado lugar en la jerarquía social y económica. (Las clavijas redondas en agujeros cuadrados tienden a alimentar pensamientos peligrosos sobre el sistema social y a contagiar su descontento a los demás). En tercer lugar (puesto que la realidad, por utópica que sea, es algo de lo cual la gente siente la necesidad de tomarse frecuentes vacaciones), un sustitutivo para el alcohol y los demás narcóticos, algo que sea al mismo tiempo menos dañino y más placentero que la ginebra o la heroína. Y finalmente (aunque éste sería un proyecto a largo plazo, que exigiría generaciones de dominio totalitario para llegar a una conclusión satisfactoria), un sistema de eugenesia a prueba de tontos, destinado a estandarizar el producto humano y a facilitar así la tarea de los dirigentes.
Rafael Riva Palacio
Pontones
No hay comentarios:
Publicar un comentario